lunes, 31 de marzo de 2008

El mejor de los mundos, y como establecerlo

Estimad@s

Escribo estas líneas para tratar un aspecto de la discusión final de ayer, esa que, luego de la excelencia académica, derivó hacia coloquio bolichero más impresentable, pero asimismo divertido.
Es claro que en el fragor de la discusión –regada con cerveza- afirmé cosas que con un poco de reflexión, no puedo sostener tal cual. No voy a defender aquí la afirmación que originó tal fase de la reunión, -a saber: “éste es el mejor de los mundos que ha existido”- porque, creo que su mérito no consiste en la polémica afirmación en sí, sino en alguno de los problemas metodológicos que presentó. Por supuesto, ni yo, ni creo que ustedes, podemos presentar pruebas de la falsedad de dicha afirmación, ni de alguna opuesta con similar nivel de generalidad (por ejemplo, el mejor mundo era el paleolítico). Sin embargo, aunque no defienda aquí la tesis, voy a realizar un par de puntualizaciones sobre la misma:
1) No es una tesis panglossiana: no sostengo que éste sea el mejor de los mundos posibles. Hasta donde sé el origen de esta tesis se debe a Leibniz, quien razonó que dios no habría creado lo peor pudiendo hacer lo mejor, de donde se desprende que este es el mejor mundo posible. Una parte de la modernidad lo tomó y lo asoció a la idea de progreso. En algún sentido está presente en la teoría económica; por ejemplo quienes se interesan especialmente en los óptimos –de esto sé mucho menos que la mayoría de ustedes, pero es la idea que hay atrás de algunos economistas que discuten la tesis del path dependence de David, y su ejemplo del qwerty: si hubiera un teclado mejor, éste sería adoptado por el mercado; si esto no sucede es porque no lo hay (es la posición de Liebowitz & Margolis). Por esta razón, argumentos basados en cosas horribles de la actualidad, no la refutan, salvo que se acepte que la comparación es posible, y se presenten como prueba de que nuestro mundo es peor a alguno que halla existido.
2) No sustenta una filosofía de la historia progresista: Mi postura se ancla en la Modernidad, pero no comparte esta tesis de la misma. No digo que el mundo valla hacia estadios cada vez superiores, debidos, por ejemplo, al avance de la ciencia. El mundo del mañana puede ser horrible en muchos sentidos, para nada participo del optimismo ingenuo de la modernidad, y en particular del positivismo.
3) No es un argumento conservador: Por el contrario, desde Platón los conservadores se distinguen por considerar que el mundo de antes era el mejor, cuando reinaban las antiguas tradiciones, los viejos valores centrados en la jerarquía de la familia, la patria y la propiedad. El que sectores conservadores usen argumentos de este tipo para promover el conformismo que conduzca al statu quo, no supone que éste sea parte de una ideología conservadora; sino que es una estrategia discursiva y propagandística.
4) Modernidad y Posmodernidad: La tesis se ancla, como decía, en principios y valores de la modernidad, alguno de los cuales son llevados a sus últimas consecuencias por la posmodernidad. Como sabemos, los americanos dijeron en su declaración de la independencia que “todos los hombres son creados iguales”, pero mantuvieron la esclavitud cien años más, por no hablar de las diferencias institucionales otros cien. Es la posmodernidad, con su defensa de la diversidad de formas de buscar la felicidad la que desarrolla estas ideas. Sin embargo, en parte este desarrollo condujo a un relativismo cultural que, creo, está en la base de los cuestionamientos que analizaré más adelante. Este relativismo, sustenta que nadie puede juzgar una sociedad o tiempo diverso al suyo. Confunde sin embargo los valores de una sociedad por los que sustenta su sector dominante. Imaginemos, por ejemplo, que los exiliados uruguayos que recorrían despachos de políticos e instituciones en los años setenta se encontraran con el siguiente argumento: ¿quién soy yo para cuestionar las torturas que se producen en las cárceles uruguayas? ¿cómo puedo condenarlas sin caer en el imperialismo de mis valores? ¿Qué puedo decir si en aquél rincón del mundo no comparten la idea de que existen derechos humanos, y de acuerdo a su valores es lícito torturar a aquellos que consideran criminales? Ésta era la posición de la Dictadura, que le reclamaba a instituciones como Amnistía que se metiera en sus asuntos. En resumen, al negarnos a opinar sobre lo que son pretendidamente valores de otras sociedades fortalecemos el statu quo en las mismas, desconociendo, la existencia de sectores contrarios a los valores dominantes; a la vez que negamos la existencia de una unidad humana basada en la especie a favor de un relativismo basado en la cultura. Antes de ser occidentales y orientales somos homo sapiens.

Ahora paso a discutir otros aspectos más bien metodológicos, derivados de afirmaciones de ese tipo; a saber: ¿es posible realizar tal tipo de comparación intertemporal? ¿Cuál es la “vara” para medir algo así? ¿Cómo comparar el “bienestar”, o la “felicidad pública” en épocas y regiones diversas?
Entiendo que en la respuesta a estas preguntas está el aspecto interesante de la discusión, y el que me propongo tratar a continuación.
Nobleza obliga aclarar, que en ella sostengo algunas ideas sobre el conocimiento y la racionalidad tomadas de Popper, autor que he estado leyendo últimamente, como alguno de ustedes saben (de hecho, como alguno de ustedes han sufrido) Es más, creo que ha sido él quien me ha “lavado el cerebro”.

Los Argumentos

Si no entendí mal, la oposición a mi afirmación se basaba en dos argumentos emparentados con la pregunta ¿Cómo podemos establecer cual entre dos mundos es mejor?
A saber:
1- Es imposible tal tipo de comparación intertemporal. Las mismas desconocen las especificidades históricas (relativismo histórico, dijo Inés). Los “mundos” a comparar serían, como los paradigmas científicos de Kuhn, “inconmensuruables”
2- Aunque fuera posible tal comparación, hacer un juicio de valor como “mejor” o “peor”, supone cierto parámetro de “situación ideal”, la que dependerá de los valores y circunstancias de quien la haga, su tiempo y su cultura. Por tanto, cualquier observador podría considerar a su mundo como el mejor, pues coincide con sus valores y costumbres.
Espero haber captado lo central de ambos argumentos. Los dos me parecen particularmente fuertes. Sin embargo, voy a intentar discutirlos, o mejor dicho, reflexionar sobre ellos a fin de, al menos, matizarlos bastante.

¿Cómo sabemos cual mundo es mejor

El planteo que creo, está detrás de ambos argumentos, es “cómo podes decir que hay un mundo mejor que otro, como podes saberlo”. La respuesta, que afecta el comentario a ambos argumentos, es rápida y sencilla: no se puede.
No se puede saber si éste mundo es “igual”, “mejor” o “peor” a cualquier otro. Pero esto no impide el intentar saberlo. En este punto, una afirmación como la que motivó la discusión no es distinta de ninguna otra. Nada podemos conocer con certeza; de nada podemos estar seguros. Aunque estemos en lo cierto sobre cualquier cosa, no lo podemos saber. Creo que existe la realidad, y por tanto la verdad, pero ella es incognoscible.
Si no podemos conocer la verdad de ningún enunciado, tenemos dos alternativas: la perpectiva escéptica; de carácter, relativista e irracional: todo da lo mismo. Si no puede conocerse la verdad, entonces ésta no puede ser el criterio para elegir entre dos teorías sobre la realidad. En ese caso el criterio será otro; por ejemplo, la conveniencia personal o colectiva. Descarto esta posibilidad tanto por razones morales y éticas, como por racionales.
No es posible conocer la verdad, pero sí podemos intentar acercarnos a ella si no los proponemos honestamente, y aceptamos discutir racionalmente. Básicamente, es posible el aprendizaje, y mediante él, acercarnos progresivamente a la verdad.

Las comparaciones intertemporales

Sorprendió a alguno de los concurrentes, que fuera un docente de Historia el que hiciera tan temeraria afirmación. (se dijo algo en realidad mucho más feo, injurioso para los economistas, pero prefiero no recordar cuestiones turbias). Alguien formado en la historia debería ser más consciente de las especificidades temporales. Por supuesto, las tengo en cuenta; pero creo que estarán de acuerdo conmigo que sin comparaciones no hay historia. En gran medida es tarea del historiador intentar comprender un tiempo y un lugar que no es el suyo, y para eso, debe tener en cuenta los valores y costumbres de ese tiempo y lugar, de lo contrario cae en el anacronismo. El que abordar esta tarea sea parte de su oficio supone que es posible hacerlo –más allá de que lo haga bien o mal. De lo contrario, no sólo no habría historia, sino sería imposible el contacto entre culturas. Asimismo, no sólo lo específico existe en la historia; como dice Le Goff: “La contradicción más flagrante de la historia está constituida sin duda por el hecho de que su objeto es singular, un acontecimiento, una serie de acontecimientos, personajes que no se producen sino una vez, mientras que su objetivo, como el de todas las ciencias, es captar lo universal, lo general, lo regular”. Son posibles las comparaciones intertemporales, y por tanto no es imposible, en principio, comparar dos mundos y establecer, según ciertos criterios, qué tipo de organización económica, social y cultural es mejor; aunque por supuesto, nunca podemos estar seguros de nuestra comparación, como no podemos estar seguros de nada que conozcamos.

La vara para medir

Nos adentramos entonces en dichos criterios para comparar. Los seres humanos no sólo actúan dentro de patrones culturales cambiantes, sino también según patrones biológicos que cambian menos. En tanto seres vivos, hemos sido básicamente los mismos durante 100.000 años. El énfasis excluyente en los patrones culturales olvida esta identidad biológica, que nos une con las personas que pintaron las cavernas en Altamira. Entre éstas características de nuestra especie están el lenguaje, el uso de la razón y la abstracción, que nos permiten imaginarnos en la situación de otros. Nuevamente, si se niega tal capacidad, toda labor del historiador sería anacronismo, y se negaría la posibilidad de construir conocimiento histórico científico.
Un aspecto crucial de ésta capacidad de razonar, es que nos hemos dado cuenta desde hace mucho (desde los filósofos presocráticos) que nuestro “lugar en el mundo”, influye en nuestra percepción del mundo. Por supuesto, no discuto que éste es un gran problema, y que una afirmación como la que inició nuestra discusión y me motivó a escribir esta larga entrada está impregnada de mis valores. Todos somos hijos de nuestro tiempo. Sin embargo, reitero que es tarea de la ciencia reducir cuanto pueda este “sesgo subjetivo”. En ese sentido, el buscar parámetros que no dependan (o dependan un mínimo) de nuestros valores, es su meta. El uso de la cantidad de población como una valoración de este tipo me viene no de un economista neoclásico y conservador, sino de un arqueólogo que, influenciado por Marx escribió hace setenta años: “Los cambios históricos pueden ser juzgados por la medida en que hallan ayudado a la supervivencia y a la multiplicación de nuestra especie” (Gordon Childe, “Los orígenes de la civilización”)
Claro que para comparar en “bienestar” entre sociedades diversas no alcanza con la altura y la esperanza de vida. Concuerdo con Inés en que esto es poco, hay algo más en la vida de las personas que comer decentemente. Pero reconozco que medidas de este tipo van en la dirección correcta para aclarar nuestro problema.
En cuanto a otros aspectos relevantes para juzgar si éste es el mejor de los mundos que halla existido, se puede recurrir a un razonamiento posmoderno que comparto. Dado que no puedo saber qué es lo que hace felices a los otros; dado que soy conciente de que mis valores influirán en mi “vara de medida”, debo recurrir a una vara que ponga énfasis no en mis valores, sino en los de los otros. En este caso, las libertades individuales entendidas como capacidades, son nuestra vara. Cuanto más posibilidades tenga la gente de una sociedad cualquiera de buscar su felicidad –lo que incluye aspectos materiales y no materiales-; entonces la consideraré mejor que otra donde estas posiblidades son menores. Como yo no puedo decir cuales son los valores correctos, sostengo que lo mejor es que cada uno pueda vivir de acuerdo a sus valores. En este sentido, las sociedades que aceptan la diversidad son mejores que aquellas que la reprimen. Es éste un ejemplo de vara, que reduce al mínimo, -creo- mis valores.
Una sociedad en que la homsexualidad anda por la calle, no hay esclavos, y la gente elige qué hacer de sus vidas es mejor que aquella en que los homosexuales deben esconderse o sufrir represalias, hay esclavitud, y otros deciden por la vida de uno; no porque esos sean mis valores, sino porque son los valores de los otros.

En resumen, creo que si bien nunca puede llevarse a una certeza sobre la cuestión planteada, -como sobre ninguna otra cosa tratada científicamente- es posible y deseable intentar profundizar en estos temas complejos, lo que supone diseñar estrategias que reduzcan el sesgo subjetivo que, aunque siempre presente, puede serlo en distinta medida. Negar la posiblildad de diseñar estas estrategias es posible, pero supondría negar la posibilidad de toda ciencia. Sería una filosofía escéptica, que es incapaz de aportar nada a nuestros problemas reales.Saludos

2 comentarios:

Caro R. dijo...

Logré leer todo lo que escribió Javier!!!! Creo que merezco un premio (sin que javier se nos ofenda, claro). Bueno, creo que al final de lo que escribió javier, toca algunos de los puntos claves, que desde mi punto de vista no quedaba claro en la discusión. Creo que quizás sí es posible hacer una comparación del estilo, si el mundo actual es mejor que los anterioes, pero el dilema para hacerlo es la necesidad de intentar explicitar cuales son los valores ó "variables" que intentamos medir o considerar. Luego, otro tema será explicar, "por qué elegimos esas variables y no otras". Si nos ponemos rigurosos, dentro de la Ciencia Económica las variables las definimos a partir de la teoría que estamos manejando. Pero, sin tener que analizar todo a partir de una teoría, al menos, creo hay que ser claro y preciso en lo que uno intenta medir. Luego, si lo que uno define está cargado de valores subjetivos, temporalidad, etc. será otro tema a discutir. Entonces, retomando lo que planteaba Javier, creo que lo que faltó la vez pasada en la discusión, es que explicara cuales eran sus variables o parámetros, para establecer su afirmación. Y ahora, en lo último que escribió Javier, creo que plantea más claramente y define cuales son los parámetros que toma para realizar su afirmación, por ejemplo, las capacidades.
Definitivamente, esta discusión ha dado muchos frutos!!!
Besos,
Carolina R.

Caro R. dijo...

Logré leer todo lo que escribió Javier!!!! Creo que merezco un premio (sin que javier se nos ofenda, claro). Bueno, creo que al final de lo que escribió javier, toca algunos de los puntos claves, que desde mi punto de vista no quedaba claro en la discusión. Creo que quizás sí es posible hacer una comparación del estilo, si el mundo actual es mejor que los anterioes, pero el dilema para hacerlo es la necesidad de intentar explicitar cuales son los valores ó "variables" que intentamos medir o considerar. Luego, otro tema será explicar, "por qué elegimos esas variables y no otras". Si nos ponemos rigurosos, dentro de la Ciencia Económica las variables las definimos a partir de la teoría que estamos manejando. Pero, sin tener que analizar todo a partir de una teoría, al menos, creo hay que ser claro y preciso en lo que uno intenta medir. Luego, si lo que uno define está cargado de valores subjetivos, temporalidad, etc. será otro tema a discutir. Entonces, retomando lo que planteaba Javier, creo que lo que faltó la vez pasada en la discusión, es que explicara cuales eran sus variables o parámetros, para establecer su afirmación. Y ahora, en lo último que escribió Javier, creo que plantea más claramente y define cuales son los parámetros que toma para realizar su afirmación, por ejemplo, las capacidades.
Definitivamente, esta discusión ha dado muchos frutos!!!
Besos,
Carolina R.