miércoles, 16 de abril de 2008
Términos de Intercambio
Estimados colegas:En el capítulo 2 de "Glozablización y Desarrollo", editado por CEPALen 2001 (si no recuerdo mal), en la pág. 10 hay un recuadro de Ocampoy Parra sobre el deterioro de los términos de intercambio entre1880-2000 (incluye bonito gráfico de serie continua) para la regíonAL. El analisis se cierra con esta frase:"El quiebre fundamental se dio, sin embargo, en 1979 cuando lasautoridades económicas de los Estados Unidos decidieron elevar lastasas de interés, con el fin de frenar la inflación y proteger elvalor del dólar. Desde entonces, y pese a la recuperación transitoriade los Estados Unidos en la década pasada, el crecimiento mundial hasido lento y los países desarrollados han acentuado sus políticas deprotección y concesión de subsidios a los productos agrícolas. Eldeterioro de los términos de intercambio de los productos básicos, quese aceleró entonces, no se ha revertido; actualmente, la sobreofertade productos básicos y la desaceleración de la economía mundial nopermiten esperar una recuperación en los próximos años."¿Alguien sabe si a la luz del enorme aumento del precio de lascommodities de los últimos años esto se puede seguir afirmando?¿Conoce alguien una estimación de los TI (para AL o mundial) para losúltimos digamos quince años?Abrazos,
lunes, 31 de marzo de 2008
El mejor de los mundos, y como establecerlo
Estimad@s
Escribo estas líneas para tratar un aspecto de la discusión final de ayer, esa que, luego de la excelencia académica, derivó hacia coloquio bolichero más impresentable, pero asimismo divertido.
Es claro que en el fragor de la discusión –regada con cerveza- afirmé cosas que con un poco de reflexión, no puedo sostener tal cual. No voy a defender aquí la afirmación que originó tal fase de la reunión, -a saber: “éste es el mejor de los mundos que ha existido”- porque, creo que su mérito no consiste en la polémica afirmación en sí, sino en alguno de los problemas metodológicos que presentó. Por supuesto, ni yo, ni creo que ustedes, podemos presentar pruebas de la falsedad de dicha afirmación, ni de alguna opuesta con similar nivel de generalidad (por ejemplo, el mejor mundo era el paleolítico). Sin embargo, aunque no defienda aquí la tesis, voy a realizar un par de puntualizaciones sobre la misma:
1) No es una tesis panglossiana: no sostengo que éste sea el mejor de los mundos posibles. Hasta donde sé el origen de esta tesis se debe a Leibniz, quien razonó que dios no habría creado lo peor pudiendo hacer lo mejor, de donde se desprende que este es el mejor mundo posible. Una parte de la modernidad lo tomó y lo asoció a la idea de progreso. En algún sentido está presente en la teoría económica; por ejemplo quienes se interesan especialmente en los óptimos –de esto sé mucho menos que la mayoría de ustedes, pero es la idea que hay atrás de algunos economistas que discuten la tesis del path dependence de David, y su ejemplo del qwerty: si hubiera un teclado mejor, éste sería adoptado por el mercado; si esto no sucede es porque no lo hay (es la posición de Liebowitz & Margolis). Por esta razón, argumentos basados en cosas horribles de la actualidad, no la refutan, salvo que se acepte que la comparación es posible, y se presenten como prueba de que nuestro mundo es peor a alguno que halla existido.
2) No sustenta una filosofía de la historia progresista: Mi postura se ancla en la Modernidad, pero no comparte esta tesis de la misma. No digo que el mundo valla hacia estadios cada vez superiores, debidos, por ejemplo, al avance de la ciencia. El mundo del mañana puede ser horrible en muchos sentidos, para nada participo del optimismo ingenuo de la modernidad, y en particular del positivismo.
3) No es un argumento conservador: Por el contrario, desde Platón los conservadores se distinguen por considerar que el mundo de antes era el mejor, cuando reinaban las antiguas tradiciones, los viejos valores centrados en la jerarquía de la familia, la patria y la propiedad. El que sectores conservadores usen argumentos de este tipo para promover el conformismo que conduzca al statu quo, no supone que éste sea parte de una ideología conservadora; sino que es una estrategia discursiva y propagandística.
4) Modernidad y Posmodernidad: La tesis se ancla, como decía, en principios y valores de la modernidad, alguno de los cuales son llevados a sus últimas consecuencias por la posmodernidad. Como sabemos, los americanos dijeron en su declaración de la independencia que “todos los hombres son creados iguales”, pero mantuvieron la esclavitud cien años más, por no hablar de las diferencias institucionales otros cien. Es la posmodernidad, con su defensa de la diversidad de formas de buscar la felicidad la que desarrolla estas ideas. Sin embargo, en parte este desarrollo condujo a un relativismo cultural que, creo, está en la base de los cuestionamientos que analizaré más adelante. Este relativismo, sustenta que nadie puede juzgar una sociedad o tiempo diverso al suyo. Confunde sin embargo los valores de una sociedad por los que sustenta su sector dominante. Imaginemos, por ejemplo, que los exiliados uruguayos que recorrían despachos de políticos e instituciones en los años setenta se encontraran con el siguiente argumento: ¿quién soy yo para cuestionar las torturas que se producen en las cárceles uruguayas? ¿cómo puedo condenarlas sin caer en el imperialismo de mis valores? ¿Qué puedo decir si en aquél rincón del mundo no comparten la idea de que existen derechos humanos, y de acuerdo a su valores es lícito torturar a aquellos que consideran criminales? Ésta era la posición de la Dictadura, que le reclamaba a instituciones como Amnistía que se metiera en sus asuntos. En resumen, al negarnos a opinar sobre lo que son pretendidamente valores de otras sociedades fortalecemos el statu quo en las mismas, desconociendo, la existencia de sectores contrarios a los valores dominantes; a la vez que negamos la existencia de una unidad humana basada en la especie a favor de un relativismo basado en la cultura. Antes de ser occidentales y orientales somos homo sapiens.
Ahora paso a discutir otros aspectos más bien metodológicos, derivados de afirmaciones de ese tipo; a saber: ¿es posible realizar tal tipo de comparación intertemporal? ¿Cuál es la “vara” para medir algo así? ¿Cómo comparar el “bienestar”, o la “felicidad pública” en épocas y regiones diversas?
Entiendo que en la respuesta a estas preguntas está el aspecto interesante de la discusión, y el que me propongo tratar a continuación.
Nobleza obliga aclarar, que en ella sostengo algunas ideas sobre el conocimiento y la racionalidad tomadas de Popper, autor que he estado leyendo últimamente, como alguno de ustedes saben (de hecho, como alguno de ustedes han sufrido) Es más, creo que ha sido él quien me ha “lavado el cerebro”.
Los Argumentos
Si no entendí mal, la oposición a mi afirmación se basaba en dos argumentos emparentados con la pregunta ¿Cómo podemos establecer cual entre dos mundos es mejor?
A saber:
1- Es imposible tal tipo de comparación intertemporal. Las mismas desconocen las especificidades históricas (relativismo histórico, dijo Inés). Los “mundos” a comparar serían, como los paradigmas científicos de Kuhn, “inconmensuruables”
2- Aunque fuera posible tal comparación, hacer un juicio de valor como “mejor” o “peor”, supone cierto parámetro de “situación ideal”, la que dependerá de los valores y circunstancias de quien la haga, su tiempo y su cultura. Por tanto, cualquier observador podría considerar a su mundo como el mejor, pues coincide con sus valores y costumbres.
Espero haber captado lo central de ambos argumentos. Los dos me parecen particularmente fuertes. Sin embargo, voy a intentar discutirlos, o mejor dicho, reflexionar sobre ellos a fin de, al menos, matizarlos bastante.
¿Cómo sabemos cual mundo es mejor
El planteo que creo, está detrás de ambos argumentos, es “cómo podes decir que hay un mundo mejor que otro, como podes saberlo”. La respuesta, que afecta el comentario a ambos argumentos, es rápida y sencilla: no se puede.
No se puede saber si éste mundo es “igual”, “mejor” o “peor” a cualquier otro. Pero esto no impide el intentar saberlo. En este punto, una afirmación como la que motivó la discusión no es distinta de ninguna otra. Nada podemos conocer con certeza; de nada podemos estar seguros. Aunque estemos en lo cierto sobre cualquier cosa, no lo podemos saber. Creo que existe la realidad, y por tanto la verdad, pero ella es incognoscible.
Si no podemos conocer la verdad de ningún enunciado, tenemos dos alternativas: la perpectiva escéptica; de carácter, relativista e irracional: todo da lo mismo. Si no puede conocerse la verdad, entonces ésta no puede ser el criterio para elegir entre dos teorías sobre la realidad. En ese caso el criterio será otro; por ejemplo, la conveniencia personal o colectiva. Descarto esta posibilidad tanto por razones morales y éticas, como por racionales.
No es posible conocer la verdad, pero sí podemos intentar acercarnos a ella si no los proponemos honestamente, y aceptamos discutir racionalmente. Básicamente, es posible el aprendizaje, y mediante él, acercarnos progresivamente a la verdad.
Las comparaciones intertemporales
Sorprendió a alguno de los concurrentes, que fuera un docente de Historia el que hiciera tan temeraria afirmación. (se dijo algo en realidad mucho más feo, injurioso para los economistas, pero prefiero no recordar cuestiones turbias). Alguien formado en la historia debería ser más consciente de las especificidades temporales. Por supuesto, las tengo en cuenta; pero creo que estarán de acuerdo conmigo que sin comparaciones no hay historia. En gran medida es tarea del historiador intentar comprender un tiempo y un lugar que no es el suyo, y para eso, debe tener en cuenta los valores y costumbres de ese tiempo y lugar, de lo contrario cae en el anacronismo. El que abordar esta tarea sea parte de su oficio supone que es posible hacerlo –más allá de que lo haga bien o mal. De lo contrario, no sólo no habría historia, sino sería imposible el contacto entre culturas. Asimismo, no sólo lo específico existe en la historia; como dice Le Goff: “La contradicción más flagrante de la historia está constituida sin duda por el hecho de que su objeto es singular, un acontecimiento, una serie de acontecimientos, personajes que no se producen sino una vez, mientras que su objetivo, como el de todas las ciencias, es captar lo universal, lo general, lo regular”. Son posibles las comparaciones intertemporales, y por tanto no es imposible, en principio, comparar dos mundos y establecer, según ciertos criterios, qué tipo de organización económica, social y cultural es mejor; aunque por supuesto, nunca podemos estar seguros de nuestra comparación, como no podemos estar seguros de nada que conozcamos.
La vara para medir
Nos adentramos entonces en dichos criterios para comparar. Los seres humanos no sólo actúan dentro de patrones culturales cambiantes, sino también según patrones biológicos que cambian menos. En tanto seres vivos, hemos sido básicamente los mismos durante 100.000 años. El énfasis excluyente en los patrones culturales olvida esta identidad biológica, que nos une con las personas que pintaron las cavernas en Altamira. Entre éstas características de nuestra especie están el lenguaje, el uso de la razón y la abstracción, que nos permiten imaginarnos en la situación de otros. Nuevamente, si se niega tal capacidad, toda labor del historiador sería anacronismo, y se negaría la posibilidad de construir conocimiento histórico científico.
Un aspecto crucial de ésta capacidad de razonar, es que nos hemos dado cuenta desde hace mucho (desde los filósofos presocráticos) que nuestro “lugar en el mundo”, influye en nuestra percepción del mundo. Por supuesto, no discuto que éste es un gran problema, y que una afirmación como la que inició nuestra discusión y me motivó a escribir esta larga entrada está impregnada de mis valores. Todos somos hijos de nuestro tiempo. Sin embargo, reitero que es tarea de la ciencia reducir cuanto pueda este “sesgo subjetivo”. En ese sentido, el buscar parámetros que no dependan (o dependan un mínimo) de nuestros valores, es su meta. El uso de la cantidad de población como una valoración de este tipo me viene no de un economista neoclásico y conservador, sino de un arqueólogo que, influenciado por Marx escribió hace setenta años: “Los cambios históricos pueden ser juzgados por la medida en que hallan ayudado a la supervivencia y a la multiplicación de nuestra especie” (Gordon Childe, “Los orígenes de la civilización”)
Claro que para comparar en “bienestar” entre sociedades diversas no alcanza con la altura y la esperanza de vida. Concuerdo con Inés en que esto es poco, hay algo más en la vida de las personas que comer decentemente. Pero reconozco que medidas de este tipo van en la dirección correcta para aclarar nuestro problema.
En cuanto a otros aspectos relevantes para juzgar si éste es el mejor de los mundos que halla existido, se puede recurrir a un razonamiento posmoderno que comparto. Dado que no puedo saber qué es lo que hace felices a los otros; dado que soy conciente de que mis valores influirán en mi “vara de medida”, debo recurrir a una vara que ponga énfasis no en mis valores, sino en los de los otros. En este caso, las libertades individuales entendidas como capacidades, son nuestra vara. Cuanto más posibilidades tenga la gente de una sociedad cualquiera de buscar su felicidad –lo que incluye aspectos materiales y no materiales-; entonces la consideraré mejor que otra donde estas posiblidades son menores. Como yo no puedo decir cuales son los valores correctos, sostengo que lo mejor es que cada uno pueda vivir de acuerdo a sus valores. En este sentido, las sociedades que aceptan la diversidad son mejores que aquellas que la reprimen. Es éste un ejemplo de vara, que reduce al mínimo, -creo- mis valores.
Una sociedad en que la homsexualidad anda por la calle, no hay esclavos, y la gente elige qué hacer de sus vidas es mejor que aquella en que los homosexuales deben esconderse o sufrir represalias, hay esclavitud, y otros deciden por la vida de uno; no porque esos sean mis valores, sino porque son los valores de los otros.
En resumen, creo que si bien nunca puede llevarse a una certeza sobre la cuestión planteada, -como sobre ninguna otra cosa tratada científicamente- es posible y deseable intentar profundizar en estos temas complejos, lo que supone diseñar estrategias que reduzcan el sesgo subjetivo que, aunque siempre presente, puede serlo en distinta medida. Negar la posiblildad de diseñar estas estrategias es posible, pero supondría negar la posibilidad de toda ciencia. Sería una filosofía escéptica, que es incapaz de aportar nada a nuestros problemas reales.Saludos
Escribo estas líneas para tratar un aspecto de la discusión final de ayer, esa que, luego de la excelencia académica, derivó hacia coloquio bolichero más impresentable, pero asimismo divertido.
Es claro que en el fragor de la discusión –regada con cerveza- afirmé cosas que con un poco de reflexión, no puedo sostener tal cual. No voy a defender aquí la afirmación que originó tal fase de la reunión, -a saber: “éste es el mejor de los mundos que ha existido”- porque, creo que su mérito no consiste en la polémica afirmación en sí, sino en alguno de los problemas metodológicos que presentó. Por supuesto, ni yo, ni creo que ustedes, podemos presentar pruebas de la falsedad de dicha afirmación, ni de alguna opuesta con similar nivel de generalidad (por ejemplo, el mejor mundo era el paleolítico). Sin embargo, aunque no defienda aquí la tesis, voy a realizar un par de puntualizaciones sobre la misma:
1) No es una tesis panglossiana: no sostengo que éste sea el mejor de los mundos posibles. Hasta donde sé el origen de esta tesis se debe a Leibniz, quien razonó que dios no habría creado lo peor pudiendo hacer lo mejor, de donde se desprende que este es el mejor mundo posible. Una parte de la modernidad lo tomó y lo asoció a la idea de progreso. En algún sentido está presente en la teoría económica; por ejemplo quienes se interesan especialmente en los óptimos –de esto sé mucho menos que la mayoría de ustedes, pero es la idea que hay atrás de algunos economistas que discuten la tesis del path dependence de David, y su ejemplo del qwerty: si hubiera un teclado mejor, éste sería adoptado por el mercado; si esto no sucede es porque no lo hay (es la posición de Liebowitz & Margolis). Por esta razón, argumentos basados en cosas horribles de la actualidad, no la refutan, salvo que se acepte que la comparación es posible, y se presenten como prueba de que nuestro mundo es peor a alguno que halla existido.
2) No sustenta una filosofía de la historia progresista: Mi postura se ancla en la Modernidad, pero no comparte esta tesis de la misma. No digo que el mundo valla hacia estadios cada vez superiores, debidos, por ejemplo, al avance de la ciencia. El mundo del mañana puede ser horrible en muchos sentidos, para nada participo del optimismo ingenuo de la modernidad, y en particular del positivismo.
3) No es un argumento conservador: Por el contrario, desde Platón los conservadores se distinguen por considerar que el mundo de antes era el mejor, cuando reinaban las antiguas tradiciones, los viejos valores centrados en la jerarquía de la familia, la patria y la propiedad. El que sectores conservadores usen argumentos de este tipo para promover el conformismo que conduzca al statu quo, no supone que éste sea parte de una ideología conservadora; sino que es una estrategia discursiva y propagandística.
4) Modernidad y Posmodernidad: La tesis se ancla, como decía, en principios y valores de la modernidad, alguno de los cuales son llevados a sus últimas consecuencias por la posmodernidad. Como sabemos, los americanos dijeron en su declaración de la independencia que “todos los hombres son creados iguales”, pero mantuvieron la esclavitud cien años más, por no hablar de las diferencias institucionales otros cien. Es la posmodernidad, con su defensa de la diversidad de formas de buscar la felicidad la que desarrolla estas ideas. Sin embargo, en parte este desarrollo condujo a un relativismo cultural que, creo, está en la base de los cuestionamientos que analizaré más adelante. Este relativismo, sustenta que nadie puede juzgar una sociedad o tiempo diverso al suyo. Confunde sin embargo los valores de una sociedad por los que sustenta su sector dominante. Imaginemos, por ejemplo, que los exiliados uruguayos que recorrían despachos de políticos e instituciones en los años setenta se encontraran con el siguiente argumento: ¿quién soy yo para cuestionar las torturas que se producen en las cárceles uruguayas? ¿cómo puedo condenarlas sin caer en el imperialismo de mis valores? ¿Qué puedo decir si en aquél rincón del mundo no comparten la idea de que existen derechos humanos, y de acuerdo a su valores es lícito torturar a aquellos que consideran criminales? Ésta era la posición de la Dictadura, que le reclamaba a instituciones como Amnistía que se metiera en sus asuntos. En resumen, al negarnos a opinar sobre lo que son pretendidamente valores de otras sociedades fortalecemos el statu quo en las mismas, desconociendo, la existencia de sectores contrarios a los valores dominantes; a la vez que negamos la existencia de una unidad humana basada en la especie a favor de un relativismo basado en la cultura. Antes de ser occidentales y orientales somos homo sapiens.
Ahora paso a discutir otros aspectos más bien metodológicos, derivados de afirmaciones de ese tipo; a saber: ¿es posible realizar tal tipo de comparación intertemporal? ¿Cuál es la “vara” para medir algo así? ¿Cómo comparar el “bienestar”, o la “felicidad pública” en épocas y regiones diversas?
Entiendo que en la respuesta a estas preguntas está el aspecto interesante de la discusión, y el que me propongo tratar a continuación.
Nobleza obliga aclarar, que en ella sostengo algunas ideas sobre el conocimiento y la racionalidad tomadas de Popper, autor que he estado leyendo últimamente, como alguno de ustedes saben (de hecho, como alguno de ustedes han sufrido) Es más, creo que ha sido él quien me ha “lavado el cerebro”.
Los Argumentos
Si no entendí mal, la oposición a mi afirmación se basaba en dos argumentos emparentados con la pregunta ¿Cómo podemos establecer cual entre dos mundos es mejor?
A saber:
1- Es imposible tal tipo de comparación intertemporal. Las mismas desconocen las especificidades históricas (relativismo histórico, dijo Inés). Los “mundos” a comparar serían, como los paradigmas científicos de Kuhn, “inconmensuruables”
2- Aunque fuera posible tal comparación, hacer un juicio de valor como “mejor” o “peor”, supone cierto parámetro de “situación ideal”, la que dependerá de los valores y circunstancias de quien la haga, su tiempo y su cultura. Por tanto, cualquier observador podría considerar a su mundo como el mejor, pues coincide con sus valores y costumbres.
Espero haber captado lo central de ambos argumentos. Los dos me parecen particularmente fuertes. Sin embargo, voy a intentar discutirlos, o mejor dicho, reflexionar sobre ellos a fin de, al menos, matizarlos bastante.
¿Cómo sabemos cual mundo es mejor
El planteo que creo, está detrás de ambos argumentos, es “cómo podes decir que hay un mundo mejor que otro, como podes saberlo”. La respuesta, que afecta el comentario a ambos argumentos, es rápida y sencilla: no se puede.
No se puede saber si éste mundo es “igual”, “mejor” o “peor” a cualquier otro. Pero esto no impide el intentar saberlo. En este punto, una afirmación como la que motivó la discusión no es distinta de ninguna otra. Nada podemos conocer con certeza; de nada podemos estar seguros. Aunque estemos en lo cierto sobre cualquier cosa, no lo podemos saber. Creo que existe la realidad, y por tanto la verdad, pero ella es incognoscible.
Si no podemos conocer la verdad de ningún enunciado, tenemos dos alternativas: la perpectiva escéptica; de carácter, relativista e irracional: todo da lo mismo. Si no puede conocerse la verdad, entonces ésta no puede ser el criterio para elegir entre dos teorías sobre la realidad. En ese caso el criterio será otro; por ejemplo, la conveniencia personal o colectiva. Descarto esta posibilidad tanto por razones morales y éticas, como por racionales.
No es posible conocer la verdad, pero sí podemos intentar acercarnos a ella si no los proponemos honestamente, y aceptamos discutir racionalmente. Básicamente, es posible el aprendizaje, y mediante él, acercarnos progresivamente a la verdad.
Las comparaciones intertemporales
Sorprendió a alguno de los concurrentes, que fuera un docente de Historia el que hiciera tan temeraria afirmación. (se dijo algo en realidad mucho más feo, injurioso para los economistas, pero prefiero no recordar cuestiones turbias). Alguien formado en la historia debería ser más consciente de las especificidades temporales. Por supuesto, las tengo en cuenta; pero creo que estarán de acuerdo conmigo que sin comparaciones no hay historia. En gran medida es tarea del historiador intentar comprender un tiempo y un lugar que no es el suyo, y para eso, debe tener en cuenta los valores y costumbres de ese tiempo y lugar, de lo contrario cae en el anacronismo. El que abordar esta tarea sea parte de su oficio supone que es posible hacerlo –más allá de que lo haga bien o mal. De lo contrario, no sólo no habría historia, sino sería imposible el contacto entre culturas. Asimismo, no sólo lo específico existe en la historia; como dice Le Goff: “La contradicción más flagrante de la historia está constituida sin duda por el hecho de que su objeto es singular, un acontecimiento, una serie de acontecimientos, personajes que no se producen sino una vez, mientras que su objetivo, como el de todas las ciencias, es captar lo universal, lo general, lo regular”. Son posibles las comparaciones intertemporales, y por tanto no es imposible, en principio, comparar dos mundos y establecer, según ciertos criterios, qué tipo de organización económica, social y cultural es mejor; aunque por supuesto, nunca podemos estar seguros de nuestra comparación, como no podemos estar seguros de nada que conozcamos.
La vara para medir
Nos adentramos entonces en dichos criterios para comparar. Los seres humanos no sólo actúan dentro de patrones culturales cambiantes, sino también según patrones biológicos que cambian menos. En tanto seres vivos, hemos sido básicamente los mismos durante 100.000 años. El énfasis excluyente en los patrones culturales olvida esta identidad biológica, que nos une con las personas que pintaron las cavernas en Altamira. Entre éstas características de nuestra especie están el lenguaje, el uso de la razón y la abstracción, que nos permiten imaginarnos en la situación de otros. Nuevamente, si se niega tal capacidad, toda labor del historiador sería anacronismo, y se negaría la posibilidad de construir conocimiento histórico científico.
Un aspecto crucial de ésta capacidad de razonar, es que nos hemos dado cuenta desde hace mucho (desde los filósofos presocráticos) que nuestro “lugar en el mundo”, influye en nuestra percepción del mundo. Por supuesto, no discuto que éste es un gran problema, y que una afirmación como la que inició nuestra discusión y me motivó a escribir esta larga entrada está impregnada de mis valores. Todos somos hijos de nuestro tiempo. Sin embargo, reitero que es tarea de la ciencia reducir cuanto pueda este “sesgo subjetivo”. En ese sentido, el buscar parámetros que no dependan (o dependan un mínimo) de nuestros valores, es su meta. El uso de la cantidad de población como una valoración de este tipo me viene no de un economista neoclásico y conservador, sino de un arqueólogo que, influenciado por Marx escribió hace setenta años: “Los cambios históricos pueden ser juzgados por la medida en que hallan ayudado a la supervivencia y a la multiplicación de nuestra especie” (Gordon Childe, “Los orígenes de la civilización”)
Claro que para comparar en “bienestar” entre sociedades diversas no alcanza con la altura y la esperanza de vida. Concuerdo con Inés en que esto es poco, hay algo más en la vida de las personas que comer decentemente. Pero reconozco que medidas de este tipo van en la dirección correcta para aclarar nuestro problema.
En cuanto a otros aspectos relevantes para juzgar si éste es el mejor de los mundos que halla existido, se puede recurrir a un razonamiento posmoderno que comparto. Dado que no puedo saber qué es lo que hace felices a los otros; dado que soy conciente de que mis valores influirán en mi “vara de medida”, debo recurrir a una vara que ponga énfasis no en mis valores, sino en los de los otros. En este caso, las libertades individuales entendidas como capacidades, son nuestra vara. Cuanto más posibilidades tenga la gente de una sociedad cualquiera de buscar su felicidad –lo que incluye aspectos materiales y no materiales-; entonces la consideraré mejor que otra donde estas posiblidades son menores. Como yo no puedo decir cuales son los valores correctos, sostengo que lo mejor es que cada uno pueda vivir de acuerdo a sus valores. En este sentido, las sociedades que aceptan la diversidad son mejores que aquellas que la reprimen. Es éste un ejemplo de vara, que reduce al mínimo, -creo- mis valores.
Una sociedad en que la homsexualidad anda por la calle, no hay esclavos, y la gente elige qué hacer de sus vidas es mejor que aquella en que los homosexuales deben esconderse o sufrir represalias, hay esclavitud, y otros deciden por la vida de uno; no porque esos sean mis valores, sino porque son los valores de los otros.
En resumen, creo que si bien nunca puede llevarse a una certeza sobre la cuestión planteada, -como sobre ninguna otra cosa tratada científicamente- es posible y deseable intentar profundizar en estos temas complejos, lo que supone diseñar estrategias que reduzcan el sesgo subjetivo que, aunque siempre presente, puede serlo en distinta medida. Negar la posiblildad de diseñar estas estrategias es posible, pero supondría negar la posibilidad de toda ciencia. Sería una filosofía escéptica, que es incapaz de aportar nada a nuestros problemas reales.Saludos
miércoles, 26 de marzo de 2008
¿Historia económica o historia a secas?
Estimad@s
Viajar a San Ramón me permite, además de disfrutar del dolor de espaldas, tener un par de horas seguras para la lectura.
hete aquí que hace un rato, al regreso, venía leyendo algo de Lucien Febvre -el cofundador de Annales-, y se me ocurrió que quería escribir unas notas para publicar aquí, en la esperanza de que alguien se prenda y publique algún comentario, y echemos a andar este Blog, que por ahora viene poco concurrido.
por otra parte, y teniendo en cuenta que hoy me levanté particularmente temprano (4:50am), y que estuve 15 horas afuera de mi casa (llora docente llora) sabrán disculpar la poca claridad o eventualmente incongruencias y disparates que pueda escribir, especialmente teniendo en cuenta que lo hago de una, y no creo que lo revise porque estoy cansado.
Decía Febvre en 1941 ante una convocatoria de estudiantes para tratar de la Historia económica y social:
"No hay historia económica y social. hay historia sin más, en su unidad. la historia que es, por su definición, absolutamente social (...) En una palabra, el hombre de que hablamos es el lugar común de todas las actividades que ejerce y [el historiador] puede intersearse más particulamente por una de éstas, por su actividad, por sus actividades económicas por ejemplo. Con la condición de no olvidar nunca que esas actividades incriminan siempre al hombre completo y en el marco de las sociedades que lo han forjado. Eso es, precisamente, lo que significa el epíteto social, que ritualmente se coloca junto al de económico. Nos recuerda que el objeto de nuestros estudios no es un fragmento de lo real, uno de los aspectos aislados de la actividad hmana, sino el hombre mismo, considerado en el seno de los grupos de que es miembro" (en Vivir la Historia, palabras de iniciación, cap. II, Combates por la Historia)
A que voy. En nuestra última reunión, Inés se definió a sí misma como historiadora económica. Creo que una definición similar haría Luis Bértola, pero no estoy tan seguro que lo mismo haría Raul Jacob. ¿Por qué? ¿Qué significa ésto? (si es que significa algo)
Un primer tema es si la distinción entre historia económica o historia a secas es un problema o un pseudoproblema. lo último sería si no fuera más que una cuestión verbal, de un nombre, que no afecta la práctica. De última no importa que el historiador entienda que hace historia o historia económica, siempre que sea buena; esto es, que trate problemas interesantes de manera adecuada y rigurosa.
Por otra parte, entiendo que Inés quiere significar algo cuando se define como historiadora económica (guante para Inés. Espero tu comentario)
Pensando un poco sobre el tema, se me ocurre que un primer campo donde el tema sí importa es el institucional. Se ha visto en alguna asamblea de Audhe la discusión, y si no recuerdo mal en los estatutos se dice disciplina en vez de historia económica justamente para evitar el problema (supuesto de que éste existe); aunque el mismo está en el nombre de la asociación.
también quieren significar algo gente como Febvre, Carr o Fontana, cuando reivindican la historia, y no quieren agregarle un segundo término.
Puedo entender que por historia económica uno se refiera a el uso de determinadas técnicas y herramientas teóricas, así como el tratamiento de temas propios de la historia económica (esto es, los que tratan los historiadores económicos) pero no me parece que de ahí salga una disciplina específica. Al fin y al cabo, el historiador de la civilización griega también se especializa en determinados temas, y usa técnicas específicas (tiene, por ejemplo, que aprender griego) diferentes de un historiador, digamos, de la revolución francesa; y eso no lo conduce a llamarse "historiador antiguo". Creo que tampoco pasa con otros campos, como la historia política o incluso la historia social. me parece que quienes hacen historia social se consideran historiadores, que hacen historia social, no historiadores sociales.
Desde el otro lado, ¿qué significa la historia económica para quien se define economista? Nada, si entiende que su disciplina se describe bien en el manual de Samuelson y Nordhaus (al menos no me parece que la historia tenga un lugar allí) Pero si la noción que se tiene de la economía es la que defiende Hodgson, entonces no puedo distinguirla de la historia económica.
Vinculado a ésto hay al menos dos cuestiones. Una la institucional, están los departamentos, las cátedras, los congresos, etc. Ellos pueden ser muy importantes, porque también inciden en la visión que tenemos de la ciencia. Popper dice, muy provocadoramente, que las disciplinas científicas no existen en sí, sino que lo que hay es este enrramado institucional; y se lamenta que la extrema especialización pueda matar a la ciencia.
Este último es la segunda cuestión y creo, el aspecto crucial.
La especialización es no solo irreversible sino necesaria. Pero se me ocurre que debe ser un compromiso profesional central tener presente que mientras trabajamos en nuestro árbol (o en una hoja de nuestro árbol) éste forma parte de un bosque, y estamos perdidos si nuestro amplio conocimiento de lo uno nos impide ver lo otro. Es conveniente (o imprescindible) cambiar el foco de vez en cuando, y ver desde más lejos las cosas. (y eso supone dedicarle tiempo a leer otras cosas)
Finalmente, creo que se trata de un pseudo problema, una cuestión verbal, que se puede transformar en problema real cuando, a partir de los aspectos institucionales y la extrema especialización, se generan barreras entre las disciplinas.
Finalmente, me quedo con Febvre, mirar a los hombres desde un ángulo (el económico, el político, etc.) pero mirarlos enteros.
un abrazo
Viajar a San Ramón me permite, además de disfrutar del dolor de espaldas, tener un par de horas seguras para la lectura.
hete aquí que hace un rato, al regreso, venía leyendo algo de Lucien Febvre -el cofundador de Annales-, y se me ocurrió que quería escribir unas notas para publicar aquí, en la esperanza de que alguien se prenda y publique algún comentario, y echemos a andar este Blog, que por ahora viene poco concurrido.
por otra parte, y teniendo en cuenta que hoy me levanté particularmente temprano (4:50am), y que estuve 15 horas afuera de mi casa (llora docente llora) sabrán disculpar la poca claridad o eventualmente incongruencias y disparates que pueda escribir, especialmente teniendo en cuenta que lo hago de una, y no creo que lo revise porque estoy cansado.
Decía Febvre en 1941 ante una convocatoria de estudiantes para tratar de la Historia económica y social:
"No hay historia económica y social. hay historia sin más, en su unidad. la historia que es, por su definición, absolutamente social (...) En una palabra, el hombre de que hablamos es el lugar común de todas las actividades que ejerce y [el historiador] puede intersearse más particulamente por una de éstas, por su actividad, por sus actividades económicas por ejemplo. Con la condición de no olvidar nunca que esas actividades incriminan siempre al hombre completo y en el marco de las sociedades que lo han forjado. Eso es, precisamente, lo que significa el epíteto social, que ritualmente se coloca junto al de económico. Nos recuerda que el objeto de nuestros estudios no es un fragmento de lo real, uno de los aspectos aislados de la actividad hmana, sino el hombre mismo, considerado en el seno de los grupos de que es miembro" (en Vivir la Historia, palabras de iniciación, cap. II, Combates por la Historia)
A que voy. En nuestra última reunión, Inés se definió a sí misma como historiadora económica. Creo que una definición similar haría Luis Bértola, pero no estoy tan seguro que lo mismo haría Raul Jacob. ¿Por qué? ¿Qué significa ésto? (si es que significa algo)
Un primer tema es si la distinción entre historia económica o historia a secas es un problema o un pseudoproblema. lo último sería si no fuera más que una cuestión verbal, de un nombre, que no afecta la práctica. De última no importa que el historiador entienda que hace historia o historia económica, siempre que sea buena; esto es, que trate problemas interesantes de manera adecuada y rigurosa.
Por otra parte, entiendo que Inés quiere significar algo cuando se define como historiadora económica (guante para Inés. Espero tu comentario)
Pensando un poco sobre el tema, se me ocurre que un primer campo donde el tema sí importa es el institucional. Se ha visto en alguna asamblea de Audhe la discusión, y si no recuerdo mal en los estatutos se dice disciplina en vez de historia económica justamente para evitar el problema (supuesto de que éste existe); aunque el mismo está en el nombre de la asociación.
también quieren significar algo gente como Febvre, Carr o Fontana, cuando reivindican la historia, y no quieren agregarle un segundo término.
Puedo entender que por historia económica uno se refiera a el uso de determinadas técnicas y herramientas teóricas, así como el tratamiento de temas propios de la historia económica (esto es, los que tratan los historiadores económicos) pero no me parece que de ahí salga una disciplina específica. Al fin y al cabo, el historiador de la civilización griega también se especializa en determinados temas, y usa técnicas específicas (tiene, por ejemplo, que aprender griego) diferentes de un historiador, digamos, de la revolución francesa; y eso no lo conduce a llamarse "historiador antiguo". Creo que tampoco pasa con otros campos, como la historia política o incluso la historia social. me parece que quienes hacen historia social se consideran historiadores, que hacen historia social, no historiadores sociales.
Desde el otro lado, ¿qué significa la historia económica para quien se define economista? Nada, si entiende que su disciplina se describe bien en el manual de Samuelson y Nordhaus (al menos no me parece que la historia tenga un lugar allí) Pero si la noción que se tiene de la economía es la que defiende Hodgson, entonces no puedo distinguirla de la historia económica.
Vinculado a ésto hay al menos dos cuestiones. Una la institucional, están los departamentos, las cátedras, los congresos, etc. Ellos pueden ser muy importantes, porque también inciden en la visión que tenemos de la ciencia. Popper dice, muy provocadoramente, que las disciplinas científicas no existen en sí, sino que lo que hay es este enrramado institucional; y se lamenta que la extrema especialización pueda matar a la ciencia.
Este último es la segunda cuestión y creo, el aspecto crucial.
La especialización es no solo irreversible sino necesaria. Pero se me ocurre que debe ser un compromiso profesional central tener presente que mientras trabajamos en nuestro árbol (o en una hoja de nuestro árbol) éste forma parte de un bosque, y estamos perdidos si nuestro amplio conocimiento de lo uno nos impide ver lo otro. Es conveniente (o imprescindible) cambiar el foco de vez en cuando, y ver desde más lejos las cosas. (y eso supone dedicarle tiempo a leer otras cosas)
Finalmente, creo que se trata de un pseudo problema, una cuestión verbal, que se puede transformar en problema real cuando, a partir de los aspectos institucionales y la extrema especialización, se generan barreras entre las disciplinas.
Finalmente, me quedo con Febvre, mirar a los hombres desde un ángulo (el económico, el político, etc.) pero mirarlos enteros.
un abrazo
jueves, 6 de marzo de 2008
lunes, 3 de marzo de 2008
Empieza el Debate: ¿es Landes un derechista desatado?
Estimados/as (no quiero desconcer la advertencia sobre el uso del lenguaje)
Lo que sigue lo envió Inés Moraes, quien tuvo problemas para colgarlo y me pidió que yo lo hiciera. No tenía título y yo le puse uno:
Estoy preparando una bibliografía para un curso cuya primera parte versa sobre el crecimiento económico divergente y sus razones. Una parte del temario se dedica a discutir los distintos argumentos que han sido presentados recientemente sobre los motivos de la divergencia en el último milenio, discusión que de alguna forma remite a los motivos del éxito europeo. Como no es para un público especializado pensé que el libro de Landes sobre la riqueza y la pobreza de las naciones podía ser útil, ya que recordaba su buena prosa y algunas provocaciones de las primeras 100 páginas (por decir algo), que era lo que había leído cuando salió.
Con esta intención lo estuve leyendo (salteado) este fin de semana (gracias Javier por el préstamo) y estoy en dudas. Me parece un libro tan polémico que posiblemente me obligue a dedicarle más tiempo que el quisiera en un curso de este tipo, así que me gustaría saber si ustedes tiene la misma impresión que yo, y en concreto, qué les ha parecido este libro a quienes lo hayan leído. Creo saber que algunos de ustedes lo estudiaron con Alfonso Herranz. Si alguno de ustedes conoce alguna respuesta (de torso autores) al libro, me gustaría compartirla. Si yo tuviera que resumir mis objeciones al libro, pondría las siguientes:
1. Tiene un punto de partida ideológico muy claro, pero que no es presentado de forma expresa, de modo que no es posible posicionarse frente al mismo más que a base de “sensaciones térmicas” experimentadas por el lector, variables además, a lo largo del libro. Me parece notorio que el trasfondo del libro es una discusión sobre las bondades o maldades del capitalismo global actual, y que Landes claramente escribe para defenderlo, en base a una mezcla de cinismo real-político de supuesta base histórica (“los hechos son así y no hay con qué darle”) y neo-institucionalismo moralista de cuño protestante (defensa de las virtudes morales del esfuerzo productivo y el sacrificio personal como valores de base de las instituciones – occidentales, por supuesto- que hacen posible el progreso). Las referencias al grupo de economistas-historiadores que él llama “nuevos globalistas” y que creo que son los del Centro Fernand Braudel (Wallerstein y sus amigos) bastan como pistas, me parece, para entender con quiénes está muy enojado en el momento en que escribe el libro.
2. Desde el punto de vista metodológico es un libro confuso, donde elementos de retórica y de cientificismo ingenuo se combinan de manera desconcertante. Por un lado se hace un uso de la historia muy ambicioso (se utiliza el relato sobre los hechos como elemento de prueba en el debate) pero a la vez se trata de un uso bastante ingenuo desde el punto de vista epistemológico, ya que no se cuestiona el relato histórico como construcción ideológica (al menos nunca el propio) y en ese sentido se gasta poco tiempo en discusiones/precisiones teóricas de alto poder conceptual, como hubiera sido imaginable en un libro de esta naturaleza. En este sentido, es un libro “moderno” (por oposición a “postmoderno”) en sus pretensiones pero sorprendentemente liviano en sus propios términos epistemológicos. Por momentos, uno tiene la sensación de estar leyendo un argumento algo caprichoso, donde todo el peso de la prueba reposa en la retórica del autor más que en una gran coherencia teórica / empírica.
3. Esencialmente es un libro sobre por qué Europa dominó al mundo, que aunque tiene momentos brillantes en su exposición, no deja de tener la misma circularidad que otros argumentos sobre el caso. Me refiero a esta cosa de que Europa dominó al mundo porque tuvo las mejores instituciones y tuvo las mejores instituciones porque éstas nacieron ahí (¿), lógica que siempre me dejó perpleja, aún cuando haya merecido un Nóbel. En este sentido la postura de Landes es más arriesgada que la de North y Thomas en su libro fundacional sobre occidente, porque va más allá que ellos al identificar los valores (el autor, un historiador por profesión y por temperamento, cómo él mismo se presenta, no tiene un mínimo temblor epistemológico al usar estas palabras) que soportaron esas instituciones. Esos valores son la austeridad y la contracción al trabajo, el afán de progreso material y la libertad individual. Supongo que las sociedades que no construyeron esos valores caen dentro del mismo juicio racista de la época de Cecil Rodhes, sólo que formulado con un lenguaje tenuemente NEI, casi como una concesión a la condición intelectual del autor, y quizás de los lectores. Por de pronto, los aportes de la antropología moderna sobre la forma en que las sociedades construyen y seleccionan sus sistemas de valores parece que nunca hubieran sido publicados, para este hombre.
Aunque Landes dice expresamente: “Weber tenía razón”, creo que la tesis de Landes no tiene la sutileza (y la filosofía de la historia) de Weber, quien mantuvo una distancia prudente de sus sociedades protestantes, y un respeto yo diría pudoroso por las sociedades no protestantes, cuando las describió a ambas.
4. “Unbound Prometeus” es un libro hermoso, con tal vez el mejor título que pueda concebirse para narrar lo que narra. Uno podría pensar que su autor tiene derecho, ya viejo, famoso y (quizás) rico, a ponerse políticamente incorrecto y decir lo que quiera. Sin embargo, me resultó chocante ver un intelectual de primera fila en una actitud tan eurocéntrica, pro-británica, anti-islámica y anti-pobres-del-mundo en general, como lo hace Landes en este libro. Hay mucho de mis simpatías ideológicas y territoriales, naturalmente, en todo esto, pero hay algo también de decoro profesional, de estética más que de ética profesional, que siento vulnerada en este libro. En definitiva, cuando abrí este libro no sabía que me disponía a leer la obra militante de un intelectual derechista de fines del siglo XX, dispuesto a sacar su espada inteligente en contra de cualquier discurso antisistema, escrito con una retórica conservadora políticamente incorrecta pero con casi nada de nuevo en el fondo, en un hermoso libro-objeto de Grijalbo con tapa dura y buen arte. ¿Habré leído bien?
Lo que sigue lo envió Inés Moraes, quien tuvo problemas para colgarlo y me pidió que yo lo hiciera. No tenía título y yo le puse uno:
Estoy preparando una bibliografía para un curso cuya primera parte versa sobre el crecimiento económico divergente y sus razones. Una parte del temario se dedica a discutir los distintos argumentos que han sido presentados recientemente sobre los motivos de la divergencia en el último milenio, discusión que de alguna forma remite a los motivos del éxito europeo. Como no es para un público especializado pensé que el libro de Landes sobre la riqueza y la pobreza de las naciones podía ser útil, ya que recordaba su buena prosa y algunas provocaciones de las primeras 100 páginas (por decir algo), que era lo que había leído cuando salió.
Con esta intención lo estuve leyendo (salteado) este fin de semana (gracias Javier por el préstamo) y estoy en dudas. Me parece un libro tan polémico que posiblemente me obligue a dedicarle más tiempo que el quisiera en un curso de este tipo, así que me gustaría saber si ustedes tiene la misma impresión que yo, y en concreto, qué les ha parecido este libro a quienes lo hayan leído. Creo saber que algunos de ustedes lo estudiaron con Alfonso Herranz. Si alguno de ustedes conoce alguna respuesta (de torso autores) al libro, me gustaría compartirla. Si yo tuviera que resumir mis objeciones al libro, pondría las siguientes:
1. Tiene un punto de partida ideológico muy claro, pero que no es presentado de forma expresa, de modo que no es posible posicionarse frente al mismo más que a base de “sensaciones térmicas” experimentadas por el lector, variables además, a lo largo del libro. Me parece notorio que el trasfondo del libro es una discusión sobre las bondades o maldades del capitalismo global actual, y que Landes claramente escribe para defenderlo, en base a una mezcla de cinismo real-político de supuesta base histórica (“los hechos son así y no hay con qué darle”) y neo-institucionalismo moralista de cuño protestante (defensa de las virtudes morales del esfuerzo productivo y el sacrificio personal como valores de base de las instituciones – occidentales, por supuesto- que hacen posible el progreso). Las referencias al grupo de economistas-historiadores que él llama “nuevos globalistas” y que creo que son los del Centro Fernand Braudel (Wallerstein y sus amigos) bastan como pistas, me parece, para entender con quiénes está muy enojado en el momento en que escribe el libro.
2. Desde el punto de vista metodológico es un libro confuso, donde elementos de retórica y de cientificismo ingenuo se combinan de manera desconcertante. Por un lado se hace un uso de la historia muy ambicioso (se utiliza el relato sobre los hechos como elemento de prueba en el debate) pero a la vez se trata de un uso bastante ingenuo desde el punto de vista epistemológico, ya que no se cuestiona el relato histórico como construcción ideológica (al menos nunca el propio) y en ese sentido se gasta poco tiempo en discusiones/precisiones teóricas de alto poder conceptual, como hubiera sido imaginable en un libro de esta naturaleza. En este sentido, es un libro “moderno” (por oposición a “postmoderno”) en sus pretensiones pero sorprendentemente liviano en sus propios términos epistemológicos. Por momentos, uno tiene la sensación de estar leyendo un argumento algo caprichoso, donde todo el peso de la prueba reposa en la retórica del autor más que en una gran coherencia teórica / empírica.
3. Esencialmente es un libro sobre por qué Europa dominó al mundo, que aunque tiene momentos brillantes en su exposición, no deja de tener la misma circularidad que otros argumentos sobre el caso. Me refiero a esta cosa de que Europa dominó al mundo porque tuvo las mejores instituciones y tuvo las mejores instituciones porque éstas nacieron ahí (¿), lógica que siempre me dejó perpleja, aún cuando haya merecido un Nóbel. En este sentido la postura de Landes es más arriesgada que la de North y Thomas en su libro fundacional sobre occidente, porque va más allá que ellos al identificar los valores (el autor, un historiador por profesión y por temperamento, cómo él mismo se presenta, no tiene un mínimo temblor epistemológico al usar estas palabras) que soportaron esas instituciones. Esos valores son la austeridad y la contracción al trabajo, el afán de progreso material y la libertad individual. Supongo que las sociedades que no construyeron esos valores caen dentro del mismo juicio racista de la época de Cecil Rodhes, sólo que formulado con un lenguaje tenuemente NEI, casi como una concesión a la condición intelectual del autor, y quizás de los lectores. Por de pronto, los aportes de la antropología moderna sobre la forma en que las sociedades construyen y seleccionan sus sistemas de valores parece que nunca hubieran sido publicados, para este hombre.
Aunque Landes dice expresamente: “Weber tenía razón”, creo que la tesis de Landes no tiene la sutileza (y la filosofía de la historia) de Weber, quien mantuvo una distancia prudente de sus sociedades protestantes, y un respeto yo diría pudoroso por las sociedades no protestantes, cuando las describió a ambas.
4. “Unbound Prometeus” es un libro hermoso, con tal vez el mejor título que pueda concebirse para narrar lo que narra. Uno podría pensar que su autor tiene derecho, ya viejo, famoso y (quizás) rico, a ponerse políticamente incorrecto y decir lo que quiera. Sin embargo, me resultó chocante ver un intelectual de primera fila en una actitud tan eurocéntrica, pro-británica, anti-islámica y anti-pobres-del-mundo en general, como lo hace Landes en este libro. Hay mucho de mis simpatías ideológicas y territoriales, naturalmente, en todo esto, pero hay algo también de decoro profesional, de estética más que de ética profesional, que siento vulnerada en este libro. En definitiva, cuando abrí este libro no sabía que me disponía a leer la obra militante de un intelectual derechista de fines del siglo XX, dispuesto a sacar su espada inteligente en contra de cualquier discurso antisistema, escrito con una retórica conservadora políticamente incorrecta pero con casi nada de nuevo en el fondo, en un hermoso libro-objeto de Grijalbo con tapa dura y buen arte. ¿Habré leído bien?
domingo, 2 de marzo de 2008
Tenemos página web!!!
El CBS de desarrolla en el espacio virtual!!!.
demás del Blog, ahora diseñamos una página web que servirá para colgar nuestros materiales y otras cosas que se nos ocurran.
Pueden visitarla en http://cbsuruguay.googlepages.com/home
Esperamos los comentarios y sugerencias de los bolicheros para mejorar ambos espacios.
Un abrazo.
demás del Blog, ahora diseñamos una página web que servirá para colgar nuestros materiales y otras cosas que se nos ocurran.
Pueden visitarla en http://cbsuruguay.googlepages.com/home
Esperamos los comentarios y sugerencias de los bolicheros para mejorar ambos espacios.
Un abrazo.
sábado, 1 de marzo de 2008
BIENVENIDOS AL BOLICHE!!!
Hoy empezamos a trabajar en este blog para tener un espacio de intercambio con nuestros compañeros bolicheros. La idea es poder continuar acá nuestras discusiones, incluir todos los materiales que hemos estado elaborando y discutiendo en nuestros encuentros mensuales; compartir otros materiales que nos parezcan interesantes y recibir comentarios de otros que puedan estar interesados en nuestros temas.Bienvenidos. Un abrazo. Javier y Luis
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